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Pintar nuestra verdad

El arte mural, monumental y popular es una necesidad en los pueblos que luchan por su liberación y que reclaman su identidad; pueblos que son sometidos a los vaivenes de la lucha hegemónica de los grandes capitales que producen a su paso traiciones, catástrofes, hambrunas y guerras que arrastran a los pueblos a una estabilidad condicionada por la amenaza del poder abusivo. Nuestro arte les sirve para aunar sus fuerzas, para rehacer su unidad, para afirmarse en su historia y tener fé en el porvenir. Un arte de esta naturaleza no es un lujo sino una necesidad fundamental, un arma para enfrentar el futuro.

Aunque nuestro trabajo muralístico pudiera -a primera vista- parecer solitario, está, sin embargo, inscrito en una gran tradición que atraviesa la historia de la humanidad desde la época de las cavernas hasta nuestros días y constituye gran parte de la memoria visual de los pueblos.

En la época moderna y especialmente en nuestro días, la gran saturación de imágenes y realidades “virtuales” que se difunden por medios electrónicos, nos impide ver la realidad que vivimos, aunque no nos libra de chocar contra ella y sufrir las consecuencias.

Esta necesidad no es sentida muy a menudo por las minorías que nos gobiernan, pero es nítidamente poderosa en el accionar de la sociedad civil, las instituciones populares, fraternidades, asociaciones provinciales, clubes de amigos, asociaciones vecinales, deportivas, religiosas, culturales, cooperativas y empresas locales y nacionales.

En éstos ultimos decenios a la ciudad de Santa Cruz le ha tocado enfrentar las transformaciones de su forzada entrada en la “modernidad” y no es por casualidad que la respuesta popular se ha traducido en una apreciable cantidad de esculturas de intención monumental que jalonan las avenidas, rotondas, plazas y jardines de nuestra ciudad.

Esta misma necesidad de representación y afirmación de valores humanos solidarios, en esta sociedad que soporta fuertes vientos extranjerizantes, es el terreno fértil sobre el que se ha reproducido nuestro trabajo muralístico monumental de estos ultimos treinta años.

Sobre este basamento espiritual de nuestro pueblo se asienta, a nuestro entender, el éxito de la labor de Cidac-Artecampo que durante varios lustros viene afincando su accionar en la revitalización de procesos culturales indígenas que eclosionan en admirables experiencias creativas y estéticas, de grupos que hace un tiempo se dudaba que tuviesen alma.

También sobre esta perspectiva cabe apreciar el esfuerzo de grupos carnavaleros que están logrando vertir en esa fiesta, tradiciones, anhelos y expresiones populares, con un aliento festivo y reivindicativo, con frecuencia constructivo, en veladas multitudinarias que aprovechan la capacidad espectacular de modernos medios de luz y sonido para realizar y recrear el teatro, la danza y la música tradicional.

La lucha por la libertad del hombre y el pleno ejercicio de sus facultades para aportar a la cultura humana viene de muy antiguo y aunque está jalonada de visionarias acciones admirables y personajes heróicos, y es realizada por hombres sencillos y pueblos periféricos y laboriosos, no siempre figura en las pomposas historias oficiales que suelen enseñarse en nuestras escuelas y universidades, que más bien enaltecen el pillaje, honran la piratería y presentan la guerra como el motor de la historia humana y fuente del derecho para imponer el esclavismo y la colonización a los pueblos. Es cierto que esta historia fraudulenta se apoya en un pensamiento, una ciencia y un arte a su medida y servicio, que es la ciencia, el pensamiento y el arte que se nos presenta como digno de imitación.

Pero también es cierto que los pueblos no se dejan engañar por mucho tiempo y a su manera y con sus escasos recursos, pero con mucha creatividad, honestidad y heroísmo, de manera clandestina o marginal van produciéndo, con la fuerza irresistible de su razón y su verdad, el pensamiento, la ciencia y el arte que les son necesarios para fortificar y reproducir su lucha que la fuerza de la razón y la verdad harán un día victoriosa.

Podrá pensarse que los artístas somos libres y tenemos la oportunidad de militar en cualquiera de los bandos, pero no es así; la cultura y la educación oficiales nos escamotean el conocimiento de los hechos y su historia, y nos chantajean desde el poder con amenazas y con premios. Los artístas que no estan del lado de los poderosos son ignorados, marginados y rara vez tienen acceso a las oportunidades oficiales. Pero es la memoria y el fervor populares la fuerza que los alienta. ¿Qué fué lo que llevó a Armando Jordan a pintar durante toda su vida con mirada crítica y con sorna la vida de su pueblo? no fueron los reconocimientos oficiales, que no los tuvo, sino la aprobación de sus amigos y “puebleros” de entonces. Algo parecido pasó y pasa con Mateo Flores y los celebrados musicos populares de Santa Cruz. Y pasa y ha pasado en todas partes. Los verdaderos artístas trabajan calladamente para su pueblo sencillo y a veces sólo son honrados por la memoria popular.

Todos estos aportes forman parte del futuro acervo de la humanidad y llegará un día no muy lejano en que se hilarán en un cuerpo estructurado y vivo que será nuestra cultura liberadora del futuro, que junto con las culturas que silenciosa e intensamente otros pueblos de América y del mundo elaboran, constituirán la base espiritual del mundo soñado del mañana, con justicia para todos, con equidad , con belleza y dignidad.

Es necesario que desarrollemos una apreciación crítica del arte desde la perspectiva de la lucha de liberación de los pueblos, hacia la justicia, la equidad y el pleno desarrollo de las potencialidades humanas.

Necesitamos aclarar el concepto de arte que necesita nuestro pueblo y trabajar por su cultivo y desarrollo. De esta discusión saldrá la política cultural que con razón muchos reclaman y que no podrá salir de los escritorios de las “autoridades”.

Basta ya de guiarnos por los conceptos de moda o aceptación imitativa de las posturas publicitadas por medios de comunicación al servicio del coloniaje. Ha llegado la hora de poner en nuestros muros nuestra verdad.

Santa Cruz, Agosto del 2000
  

 
—Lorgio Vaca 
 

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